- El marketing sexista condiciona nuestros hábitos de consumo: crea preocupaciones y necesidades específicas en las mujeres y fomenta su sobreconsumo
- El papel de las mujeres y el reconocimiento del trabajo invisible y precarizado que muchas llevan a cabo en todo el mundo es clave para el necesario cambio hacia modelos de consumo más justos y sostenibles
Con motivo del Día Internacional de las Mujeres, desde la Federación de Consumidores y Usuarios CECU queremos reivindicar la necesidad de transformar los modelos actuales de consumo, poniendo en valor las aportaciones del feminismo y el trabajo invisibilizado de las mujeres, imprescindible para el funcionamiento de la economía global. Desde el movimiento de personas consumidoras tenemos que seguir demandando modelos de consumo más justos y sostenibles para todas las personas.
El género es uno de los principales factores de vulnerabilidad social. Según la Organización de las Naciones Unidas (ONU), el 70% de las personas pobres en el mundo son mujeres. La feminización de la vulnerabilidad y de la pobreza repercute directamente en la diferencia en el acceso de hombres y mujeres a los recursos y bienes básicos y a sus derechos como personas consumidoras. Este hecho se refleja, por ejemplo, en la tasa de vulnerabilidad energética: el 43,5% de las personas consumidoras en España están en situación de vulnerabilidad energética, cifra que asciende al 47% entre las mujeres, según nuestro último informe. En el caso de la vivienda, que constituye uno de los mayores gastos para las personas consumidoras, el 72% de las mujeres tiene dificultad o mucha dificultad para afrontar los gastos de suministros y vivienda, según un informe de PAH Barcelona.
Esta brecha es, en gran parte, consecuencia de la brecha salarial de género, que en el último año se situó en el 20,9%, según el último informe de Comisiones Obreras (CCOO). La asunción en mucha mayor medida de las tareas de cuidado por parte de las mujeres; la precarización y menor valoración social y económica de los empleos más feminizados, como la limpieza o la atención a personas dependientes; o el techo de cristal, que impide a las mujeres acceder a puestos de mayor responsabilidad, son algunas de las causas que explican esta disparidad.
Desde CECU denunciamos que el modelo de producción, distribución y consumo actual se sostiene a costa del trabajo precarizado de las mujeres, en condiciones que vulneran incluso sus derechos humanos. La gran mayoría de las manufactureras en el sector textil son mujeres, en países como Camboya o Bangladesh, que cobran salarios míseros por fabricar la ropa que consumimos en Occidente. Otro ejemplo más cercano es la explotación laboral y sexual de las temporeras de la fresa en Huelva, en su mayoría mujeres marroquíes en situación irregular y, por lo tanto, especialmente vulnerables, cuyo trabajo asegura el consumo del producto en los hogares de dentro y fuera de nuestro país.
El modelo de consumo que queremos y debemos alcanzar tiene que pasar por el reconocimiento del papel imprescindible de las mujeres en el mismo, a través de su trabajo invisibilizado y precarizado. Las mujeres, al asumir en mayor medida la planificación de las economías familiares, son agentes directos para ese cambio de modelo necesario, pero es necesaria la implicación de toda la sociedad y de las instituciones en la asunción de estas tareas. Alcanzar la igualdad en este ámbito es condición necesaria para acabar con la feminización de la pobreza y cerrar la brecha entre hombres y mujeres en el acceso a los derechos como personas consumidoras. Solo a través de esta mirada feminista, seremos capaces de caminar hacia un modelo de consumo justo y libre de violencias físicas, sexuales y económicas contra las mujeres.
Marketing sexista
Por otra parte, es importante denunciar los sesgos de género en la publicidad y el marketing que conducen a la feminización de ciertos sectores del consumo y fomentan el sobreconsumo de las mujeres, como la moda o los productos cosméticos. Estos mercados no solo contribuyen a crear un ideal de belleza al que las mujeres deben aspirar, con la presión estética que ello produce, sino que construye también una falsa idea de autocuidado.
En esta línea, el mercado de la alimentación ha creado también toda una gama de productos dirigidos a mujeres a través del estereotípico color rosa y de etiquetas como “light”, “bajo en calorías” o “vientre plano”, que no resultan necesariamente más saludables pero sí mucho más caros y reclaman la atención de las mujeres, fomentando su preocupación por adelgazar o imitar un modelo de cuerpo impuesto. Otros ejemplos de un fomento de un consumo sexista los podemos encontrar en los catálogos de juguetes, que reflejan de manera muy evidente la diferencia de estímulos que reciben los niños y las niñas en este sentido y contribuye de manera directa a la conformación de sus expectativas y ambiciones, sobre todo en el ámbito laboral. En estos mensajes estereotipados está la base de la feminización de determinadas profesiones y de la brecha salarial. Por ello, es importante que desde las instituciones y organizaciones de consumo trabajemos para limitar ese marketing sexista. La Guía para la elección de juguetes sin estereotipos sexistas del Ministerio de Consumo es una buena práctica en este sentido.
Finalmente, denunciamos las prácticas del llamado feminist washing o lavado feminista, mediante el que las empresas fingen asumir un compromiso con la igualdad para lavar su imagen externa, pero sin revisar ni transformar verdaderamente el impacto de género de sus actividades. Los avances del movimiento feminista y su cada vez mayor visibilidad son aprovechados por muchas empresas como reclamo de consumo. De esta forma, podemos estar comprando una camiseta con un lema feminista, con intención de apoyar la causa, que haya sido fabricada por una mujer a la que no se le respetan ni sus derecho laborales y humanos más básicos.
Demandamos a las empresas una mayor responsabilidad, real y efectiva, con la igualdad de género, mediante el control de toda su cadena de producción y distribución, el respeto a los derechos laborales de las mujeres que en ella participan y la revisión de sus estrategias de marketing y publicidad para que dejen de perpetuar estereotipos y fomentar el sobreconsumo de las mujeres. Sin su compromiso tampoco alcanzaremos el modelo sostenible y justo que necesitamos.